El Hammam marroquí

por Denise Bilsky

Estaba tumbada boca arriba en el piso caliente y mojado del hammam, mirando los huecos del techo. Por dos de ellos entraba la luz del sol al salón cubierto de azulejos donde reinaba el silencio y los sonidos del agua.

Jóvenes junto a una fuente pública de Fes.

Marruecos y su yuxtaposición de culturas lo hacen un país riquísimo en expresiones y tradiciones.

Las influencias de los pueblos originarios bereberes, las influencias romanas, las árabes del mundo musulmán, junto a algunas otras, pueden verse entremezcladas en la vida cotidiana formando la identidad de este país del norte de Africa.

Mujer marroquí de zona rural preparando su mercadería para vender.

En las calles de Marruecos muchas mujeres portan sus largos y holgados vestidos con capuchas puntudas, llamados djilabah y llevan su pelo cubierto. Algunas usan solo un pañuelo que cubre su cabello holgadamente, llamado hijab, otras envuelven el hijab y lo ajustan a su cuello, asegurado con alfileres, las más tradicionalistas usan unos complejos velos de telas livianas que cubren casi todo su rostro y solo dejan ver los ojos, se llaman burka o niqab.

Grupo de jóvenes vestidas de manera tradicional en la ciudad de Tetuán.

Sin embargo, en los Hammam, las mujeres descubren sus cuerpos sin pudor alguno, y comparten ese momento comunitariamente.

Tradición heredada de la antigua Roma, los Hammam son baños públicos a los que a gente acude a bañarse con agua caliente regularmente. Acuden frecuentemente al hammam, normalmente una vez por semana. En cada barrio hay varios de ellos. En los barrios populares, algunas personas, incluso, van todos los días porque no tienen ducha caliente en sus casas.

Se paga una pequeña cifra para usarlos. El agua y el piso se calientan con leña en una caldera, alimentada por un trabajador, que llaman «Farnatchi».

Joven marroquí sirviendo el té de manera tradicional.

Un día, estaba caminando por la fortaleza portuguesa de la ciudad de El Jadida, cuando vi en un rincón una caldera enorme manchada de hollín y mucha leña a su alrededor. Me acerqué y desde un rincón apareció un hombre totalmente manchado de negro, con grandes ojos verdes color esmeralda y una brillante sonrisa. Se acercó a mí hablándome en árabe, dándome la bienvenida, me dio un beso y un abrazo. Tiempo después me di cuenta de que ese hombre era el Farnachi de un hammam que se encontraba justo detrás de esa caldera.

La Puerta Azul, una de las entradas a la medina de la ciudad de Fes, la ciudad mas antigua de Marruecos.

Existen dos puertas de entrada al hammam, aquella para los hombres y la puerta para las mujeres. Los diferentes géneros nunca se cruzan. Al entrar, una persona cobra la entrada, y también ofrece productos cosméticos a la venta, como el jabón negro marroquí y los guantes para exfoliarse, o la henna y arcillas para nutrirse la piel.

Al atravesar la primera puerta, hay una antesala donde una mujer recibe los bolsos, mochilas y ropas, y los guarda en el guardarropas a cambio de una pequeña cifra de dinero.

Puerta de entrada a un hammam, diferenciadas por hombres y mujeres.

Luego se pasa a una antesala para desnudarse, donde ya se empieza a sentir el calor y el vapor. Se deja toda la ropa y pertenencias en el guardarropas, y finalmente se ingresa a los salones de los baños, al etéreo ambiente del hammam.

Grandes salones cubiertos de azulejos en el piso, las paredes y los techos, con varias canillas, de agua caliente y fría. Suele haber tambien una gran fuente de agua caliente. Huecos en el techo, que dejan pasar los rayos de luz. Muchos fuentones de plástico para llenarlos con agua y vertirla sobre el cuerpo con unas jarritas también de plástico. Mucho vapor en el ambiente caliente, tan caliente que al principio cuesta respirar.

Cartel indicando que unos metros mas allá se encuentra un hammam.

Suele haber tres salones, el primero es el menos caliente. Y el del fondo está realmente muy caliente, ya que está cerca de la caldera. La mayoría de las mujeres se ubica en el salón del medio.

Puerta de entrada a un hammam en la ciudad de El Jadida.

Toda la piel que no se muestra en público, se expone en los hammam. Cuerpos de todas las edades y contexturas, senos de todos los tamaños y formas. Niñas, ancianas, jóvenes. Mujeres que cubren su cuerpo y rostro de henna y arcillas para nutrirla.

Escena de una calle de El Jadida, Marruecos.

Ellas están o en calzones o totalmente desnudas, frotándose la piel para exfoliarla con unos guantes ásperos que la dejan suave y renovada. Se sientan en el piso sobre unas alfombras plásticas o se acuestan. Se frotan con esos guantes ellas mismas, y las unas a las otras. Hay incluso mujeres que se dedican a ofrecer el servicio, se llaman «Tayabat».

Las Tayabat, con el guante bien calzado, se dedican a frotar con energía el cuerpo de la mujer que yace en el piso, frotan cada rincón de su piel, durante varios minutos, con el jabón negro.

Los gatos, siempre presentes en las calles y rincones de cualquier ciudad marroquí.

Cada mujer está concentrada en lavar cuidadosamente su cuerpo, en aplicarse arcilla nutritiva, depilarse, desenredarse y lavarse el cabello, en frotarse la piel o la piel de alguna compañera. Pasan horas allí adentro. Nadie observa los cuerpos de las otras, es algo natural para ellas estar desnudas frente a las demás.

Vendedor de pescado en Chefchaouen, Marruecos.

Con el característico temperamento de las personas marroquíes, a veces hay discusiones y peleas, al parecer en relación a la gestión de las canillas y fuentones. Discuten a los gritos y gesticulan.

Son también espacios de socialización y de charlas. A veces van las mujeres de la familia o las amigas todas juntas.

Otras veces, al hammam está solitario y las pocas mujeres que allí se encuentran, en silencio.

El vapor y el calor abren los poros de la piel y generan muchísima relajación, en un momento casi místico y espiritual, durante el cual el cuerpo se libera de toxinas y se purifica. Hay mujeres que suelen quedarse varias horas ahí adentro, dedicándose a su ritual corporal.

Vendedora de menta para el té marroquí.

De esta manera, el hammam forma parte de la cultura popular marroquí desde tiempos antiguos, fundiéndose discretamente con las calles de las medinas y los barrios populares. Permanece, como un testimonio y patrimonio de la cultura viva, de las tradiciones y las riquezas inmateriales que aún existen en este mundo globalizado.

Comparte este contenido

Otros Artículos:

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *