Unas islas nicaragüenses habitadas con población afrodescendiente, descendientes de personas traídas por los ingleses desde África en situación de esclavitud, que hablan inglés creole y tienen uno de los mares mas calmos del mundo.

Lo único que sentía que podía hacer para salvarme era reventarle su botellita de cerveza en la cabeza. Yo caminaba cada vez más rápido mirando si había piedras u otros objetos contundentes para arrojarle, visualizando lo que tal vez fuera inevitable, al costado de ese camino, en medio de un cañaveral. Ese paraíso caribeño se había convertido por un momento en el infierno, en una posible desafortunada y macabra historia.
Era un camino al costado de la playa, de un lado el mar y la arena, del otro lado, el cañaveral espeso. Nadie pasaba por allí.
Era mi primer día en las Islas de Maíz, o Corn Island, exuberante lugar formado por dos islas pertenecientes a Nicaragua: la Great Corn Island, y la Little Corn Island. Había decidido ir allí por consejo de personas que conocí en Granada, ya que, consultando sobre la cultura afronicaraguense, me hablaron de que esta se concentraba en esa zona del mar Caribe.
La historia de estas islas es turbulenta y llena de invasiones y tratados, siempre afectada por el imperialismo. La zona Caribe en general fue una región invadida por colonos británicos y piratas tanto ingleses como franceses, y estos son los idiomas que se hablan en la región.
El nombre de Corn Island se remonta a las visitas de estos piratas y colonos desde mediados del siglo XVIII, quienes también impusieron el idioma inglés, la religión protestante y las usaron como base del tráfico de barcos esclavistas transportando personas secuestradas de África hacia Centroamérica.
A fines del siglo XIX el gobierno nicaragüense reclamó las islas, unos años después se hizo un tratado con Estados Unidos por el cual durante 99 años regían las leyes estadounidenses pero bajo la soberanía nicaragüense. Este tratado duró hasta los años ‘70 durante el gobierno de Somoza. En fin, un territorio lleno de disputas transnacionales, marcadas por el imperialismo.

Organizando mi viaje, ya que no era tan fácil llegar a las islas, busqué quien me reciba a través de Couchsurfing1, y encontré hospedaje en la casita de un señor estadounidense que vivía allí, y que tenía buenas referencias en su red social de viajerxs.
Tras un largo viaje desde León, en la otra costa, la costa Pacífica, y luego de pasar por Managua, llegué, un día y medio después, a las exóticas Corn Island.
El periplo fue el siguiente: salí a la mañana junto a Hubert, un señor italiano que había conocido en Granada, quien también quería visitar las islas. Fuimos en un bus desde León hacia Managua, la capital del país. Allí tuvimos que esperar casi todo el día.
Justo al frente de la terminal estaba el Mercado de Mayoreo, un gran mercado de alimentos, atiborrado de frutas, verduras y carne. Bastante sucio, rodeado de basura, innumerables charcos con agua sucia y plagado de diferentes y nauseabundos olores. Había mucha gente trabajando y comprando. Los puestos se encimaban unos sobre otros, los techos de lona plástica estaban en algunos sitios apenas por encima de la cabeza, la carne estaba expuesta sin refrigerar y sobre ella volaban moscas.
La gente en Nicaragua es muy amable, alegre, sociable, y conversadora. Pude charlar con muchas personas y a casi todas les preguntaba sobre la Revolución Sandinista. Hacía pocos días que había entrevistado a dos ex guerrilleros en León, la primera ciudad liberada por la Revolución, así que venía bastante empapada del tema y quería escuchar más experiencias y recuerdos.
Esa tarde al bajar el sol, en la sala de espera de la terminal, empezó a llegar gente que también viajaba hacia la costa Caribe.
Eran todxs de rasgos afro y pieles oscuras, además me sorprendió que hablaban en inglés, un inglés muy raro, y que estaban muy abrigadxs, con gruesas camperas y gorros de lana, siendo que estaba haciendo bastante calor.
Cerca de las nueve de la noche salió el bus hacia Bluefields, la ciudad costeña desde donde zarpaba el barco hacia las Islas de Maíz. Fue un viaje muy tortuoso, en el cual no pude dormir. Los asientos eran muy incómodos, íbamos sentados a la par con Hubert en los primeros asientos y nos admirábamos de lo tremendamente incómodo que era ese bus.
Durante el viaje también comprendí el motivo de tanto abrigo, durante algunas horas en la noche empezamos a ascender en altitud, y el aire estaba cada vez mas frio, además de que, no entendí por qué, iban con las ventanas abiertas y entraba un viento helado.
Llegamos a la madrugada a la ciudad de Bluefields, más precisamente al puerto. Allí teníamos que esperar algunas horas hasta que abrieran la ventanilla para comprar el billete de barco. Me recosté sobre un banco de madera y me tapé con mi bolsa de dormir. Cuando desperté ya había amanecido y había mucha gente esperando para viajar en el barco, toda la gente, menos Hubert y yo, eran nativos del lugar.

Al fin zarpamos a las 9 de la mañana, hacía calor. Adentro del barco había varios espacios, y dos pisos. Se podía elegir si viajar arriba, mirando el mar, o viajar abajo, con más privacidad. A la hora del almuerzo se podía comprar comida allí mismo, la cual era escasa y había que hacer una larga cola para poder conseguirla.
Pasé el viaje durmiendo y observando a las personas que viajaban, tratando de comprender sus conversaciones, en ese inglés tan extraño.
Finalmente llegamos a Brig Bay, capital de la Great Corn Island a las cuatro de la tarde. Yo había coordinado con Kevin, el norteamericano que me recibiría en su casa, para que me fuera a buscar al puerto.
Llegó Kevin en un taxi. Se trataba de un hombre de cincuenta y dos años, simpático y conversador, que me recibió en su casa con una deliciosa comida, y una habitación acogedora y limpia. Vivía literalmente en medio del monte, al bajarnos del taxi tuvimos que caminar varios cientos de metros entre la selva para llegar a su casa.
Esa tarde nunca me hubiera imaginado lo que ocurriría en ese mismo lugar justo veinticuatro horas después.
Luego de cenar me relató un poco sobre su vida. Estaba viviendo hacía diez años allí, había comprado esa casita sencilla, en medio de la selva, y disfrutaba su vida en la isla. No tenía hijos ni pareja. Me contó también que estaba planificando volverse a Estados Unidos porque el gobierno sandinista le iba a expropiar su terreno, que estaba muy angustiado por eso porque sentía que ese era su lugar en el mundo. Me transmitió su tristeza cuando me decía que era su sueño vivir allí, su lugar. Vi la otra cara de la moneda política, y lo lamenté por el, pero era un estadounidense y su gobierno había hecho y estaba haciendo demasiado daño en Centroamérica a lo largo de la historia.
Nos fuimos a acostar a las ocho de la tarde, lo cual me pareció demasiado temprano para ser un sábado, pero eran las costumbres del lugar, ya que en Centroamérica durante todo el año el atardecer ocurre a las cinco y media y a las seis ya está oscuro. Antes de dormir, Kevin me propuso ir a la mañana siguiente a hacer un día de playa.
Al día siguiente arrancamos temprano caminando y pude ver en todo su esplendor al bello y tranquilo mar Caribe. Era impresionante su color turquesa, con matices azules y verdosos; así como la tranquilidad del agua, que parecía una pileta natural por la ausencia total de olas.

Nos instalamos en una gran playa frente a un parador. Como en toda Nicaragua, y debido a los conflictos políticos y sociales del año anterior, que habían producido una merma drástica del turismo, no había gente foránea visitando el lugar, así que éramos las únicas personas a esa hora. Luego de un rato de meternos y salir del mar, nadar, flotar…aparecieron dos chicos con una bici acuática. Me acerqué a ellos a preguntarles qué era eso y charlar. Se trataba de un aparato muy interesante, con dos asientos, dos pares de pedales y un techito. Me invitaron a pedalear en el aparato, y me subí con N´Rick. En el camino íbamos charlando, y como estaba muy monotemática por esos días, en algún momento le pregunté sobre el sandinismo y los conflictos políticos del año anterior. Me mostró una gran cicatriz en su abdomen, y me contó su historia, estrechamente vinculada al conflicto.
N`Rick estaba recibido de ingeniero y estudiaba abogacía en Managua, en la universidad pública. Participaba del movimiento universitario sandinista. No me aclaró específicamente en qué espacio político militaba, pero si me dijo que sostenía los ideales del sandinismo. Esto fue así hasta que en una manifestación en abril de 2018, época en que se inicio una lucha popular contra las medidas tomadas por el gobierno para recortar las pensiones2, le dispararon a matar, y la bala le dio en el abdomen.
Estuvo internado en terapia intensiva por algunas semanas, logró salvarse, pero compañeros suyos le advirtieron que era mejor que se fuera de Managua, ya que habían descubierto que figuraba en una lista negra y que iban a volver a intentar matarlo.
Fue así que decidió suspender su carrera y volver a Corn Islands, confundido y decepcionado del espacio político que había elegido para militar.
En esas charlas estábamos, pedaleando en la bici acuática en medio de la calma del mar Caribe, cuando miré hacia la playa y vi a Kevin tomándose un taxi, es decir yéndose, y sin saludar. Le dije a N`Rick que volvamos, ya que supuse que el señor se había molestado conmigo o algo por el estilo.
En la playa me despedí de los dos chicos, intercambiamos números de celular y me tomé otro taxi, hacia la casa de Kevin. Durante el camino le mandé un mensaje de whatsapp preguntándole que había pasado que se había ido así de repente, a lo cual me respondió que estaba todo bien, que se había ido porque tenía cosas que hacer, que disfrute mi día y que nos veíamos a la tarde. Aliviada, me bajé del taxi y caminé de regreso. Los chicos ya se habían ido así que pase el resto del día sola. Mi celular se había quedado sin batería, por lo que estaba en completa conexión con el entorno.

Antes de las cinco de la tarde empecé el camino de regreso, caminando por la playa, con la idea de llegar a alguna calle y tomar un taxi, ya que aun no me ubicaba para ir caminando.
En un barcito playero había un grupo de personas, tal vez eran una familia, sentado en sillas de plástico alrededor en una mesa tomando cerveza. Los vestigios de botellas vacías y los cajones a su alrededor indicaban que habían tomado bastante. Les pregunté por dónde debía caminar exactamente hasta llegar a una calle donde pasaran taxis, y muy amablemente me dieron las indicaciones. Me llamó la atención uno de ellxs, que estaba muy borracho y no hablaba, estaba tirado sobre una silla, me miraba fijo, con la mirada perdida.
Empecé a caminar en la dirección que me indicaron, llegó un momento en que dejé de cruzarme personas y ya nada se veía además de la playa, porque al costado derecho había un gran cañaveral, hacia adelante el camino se extendía unos trescientos metros.
De pronto escuché que me llamaban, miré hacia atrás y vi al sujeto de la mirada perdida, que me decía “espere, espere”. El venía caminando rápido, casi corriendo, a unos cien metros de mí. Yo por unos segundos dudé si esperarlo gentilmente y preguntarle qué necesitaba o empezar a apurarme.
Una señal de mi instinto me indicó que camine rápido, lo más rápido que podía, y eso hice. A pesar de que iba en ojotas, empecé a apurar la marcha, sin correr.
Se trataba de un joven afrodescendiente, alto y grandote, que portaba una botella individual de cerveza a medio tomar. El tipo caminaba rápido y estaba cada vez más cerca mío, me miraba libidinosamente, mientras se acercaba y me decía “usted me gusta, ¿le gustan los negros?”. Yo seguía mi marcha rápida, haciéndome la que no tenía miedo, las ojotas me impedían correr. El insistía con su pregunta y yo le contestaba cambiándole de tema, tratando de que con eso el se olvidara de la cuestión sexual. Le preguntaba “¿Usted es de acá?” “¿Usted es pescador?” “¿Qué pesca?” “Ah…si ¿y qué más pesca?”. El respondía a mis preguntas a medias, ya que a cada rato insistía con la afirmación y la pregunta que yo trataba de ignorar y que pase a segundo plano: “USTED ES MUY LINDA, USTED ME GUSTA. ¿LE GUSTAN LOS NEGROS?”.
El ya estaba a unos dos metros de mi, mirándome libidinosamente el cuerpo de arriba abajo, yo casi trotando a paso acelerado, pensando en cómo pegarle si intentaba violarme, sin dejar de preguntarle cosas para hacerlo pensar en otra cosa, calculando que su fuerza debería cuadruplicar la mía, que en ese camino solitario nadie oiría mis gritos.
En pocos segundos se me cruzaron miles de cosas por la cabeza: “Qué horrible ser violada, que tipo de mierda, esta vez me tocó a mí, con qué le pego, me va a tirar en el cañaveral, me va a sacar la poca ropa que tengo puesta y me va a meter su pija asquerosa y tal vez me pegue…” Cuando el hombre estaba ya a un metro, desde atrás apareció como un ángel corriendo uno de sus familiares a los que les había hecho la pregunta minutos antes, gritándole: “Ven acá ¿Qué haces persiguiendo a la chica?” Y se lo llevó, retándolo…
Uff…pude respirar un poco mas aliviada, pero mi corazón latía veloz y mi respiración estaba aun agitada.
Seguí caminando rápido, con muchas ganas de llorar. Unos metros más adelante venía un grupo de jóvenes, riéndose y en actitud jocosa. Yo iba con la cabeza gacha, no quería ni mirarlos, tenía aun la sensación de miedo en el cuerpo, y rogaba que no me dijeran ninguna observación sobre mi físico, ni besos, ni nada, nada. Cuando me los crucé de frente, efectivamente atravesé el grupo de jóvenes escuchando sus comentarios libidinosos: “Ay mami, que hermosa ¿Estás sola? Etc, etc…” esquivando sus miradas lascivas, mirando hacia abajo y sintiendo como mi cuerpo se hacía cada vez más pequeño, quería desaparecer. Pasaron…
Unos metros más adelante, ya estaba llegando a la calle donde debería ser fácil encontrar un taxi, ya eran casi las 17:30 de la tarde y estaba atardeciendo. El sol, a mi izquierda, ya se encontraba en su camino a hundirse en el mar. De pronto escuché que detrás mío venia una moto, despacio, manejada por un joven, que se me atravesó delante y me dijo: “¿Esta sola? ¿Quiere que la lleve a algún lado hermosa?”, ya no aguanté mas tanto acoso, mi corazón ya se me salía del pecho, le tenía miedo a cualquier hombre, y le grité: “Basta de seguirme! No necesito nada. Dejame tranquila!” y varias cosas más, seguramente lo insulté también, pero no recuerdo, estaba en estado de shock. El tipo dio la vuelta y se fue…
Logré tomar un taxi y le indiqué el lugar hacia donde iba, me bajé, caminé unos cientos de metros en medio de la selva, hasta que llegué a la casa de Kevin.

La casa estaba oscura, y Kevin estaba en su habitación, también a oscuras. Yo entré y saludé en voz alta, fue entonces que el hombre empezó a gritar mientras estaba tirado en su cama. Me insultaba en inglés, yo no le entendía todo porque hablaba muy rápido, pero si entendía que en repetidas ocasiones decía fucking, fuck, refiriéndose a mí. Yo obviamente no entendía nada…lo primero que hice fue buscar mi cargador y cargar mi celular para poder prenderlo y ver si en algún mensaje podía dilucidar qué estaba pasando…
Entonces fue cuando vi que durante la siesta me había estado mandando mensajes de whatsapp en los que me preguntaba: “¿A qué hora vas venir? Te estoy esperando para dejarte la llave y poder ir a ver a mis amigos”, “Los domingos acostumbro visitar amigos, necesito saber la hora en la que llegas.” Y finalmente el último mensaje decía algo así como: “Me arruinaste mi domingo. Quiero que te vayas y te lleves tus malditas cosas”.
Apenas leí todo eso, mientras Kevin seguía gritando desde su pieza, fui a pedirle disculpas e intentar explicarle que no tenía batería en el celular, que no había podido leer sus mensajes, y que pensaba que no había problema con la hora en la que llegara, ya que él me había dicho esa mañana que disfrutara de mi día en la playa y que nos veíamos a la tarde. Todo esto aun conmocionada por lo que me había ocurrido una hora antes.
Pero el hombre no me escuchaba, no me dejaba espacio para hablar ni aceptaba mis disculpas. Me fui a mi habitación a armar mi mochila rápidamente, llorando y pensando qué iba a hacer, dónde podía dormir esa noche. Apareció Kevin en la habitación y le pedí que no me gritara mas, le dije que estaba mal, que habían intentado abusar de mi minutos antes.
Su actitud fue agresiva cuando le conté esto, me dijo algo así como: “Seguro fueron esos negros con los que estabas en la playa, yo los conozco a ese tipo de pendejos, les gustan las turistas blancas….” Y bla bla… le dije que nada habían tenido que ver esos chicos, le relaté que fue un tipo que me persiguió en la calle. “Entonces seguro lo mandaron ellos”, siguió insistiendo Kevin, dejando ver su racismo.
No pude contenerme y me largué a llorar. En ese momento Kevin se sintió un poco acongojado por mí y dejó de hablarme de mal modo. Me paré, me puse mis mochilas para irme y me empezó a insistir que me quede. Yo le decía que quería irme y él se ponía delante mío en la puerta, intentando frenarme.
Finalmente pude esquivarlo e irme caminando en la oscuridad, mientras escuchaba sus gritos insultándome y descalificándome como mujer. “Andá a coger con esos negros”, fue una de las últimas frases que le escuché decir.
En el camino me crucé con una casa, les golpeé la puerta y salió a atenderme una jovencita afro a la que le pedí que me guiara para llegar hasta la calle. Muy gentilmente me acompañaron ella y su madre y esperaron conmigo hasta que pasó un taxi.
Yo les había escrito un mensaje de whatsapp a los chicos que había conocido esa tarde para pedirles ayuda para buscar un alojamiento. Esa noche ellos me ayudaron, alojándome en su casa, y a la mañana siguiente me acompañaron a buscar alojamiento donde un señor que alquilaba habitaciones.

Ese día, era lunes, lo pasé enterito encerrada en mi habitación. Tenía miedo de salir, de cruzarme gente, sobre todo hombres. En ese pueblo los hombres dominaban la calle. Ocupaban ellos todos los espacios, estaban en cada esquina, jugando al fútbol en las canchas, circulando en sus motos, en grupos, solos, había muchísimos varones por todos lados, que miraban sin ningún tipo de disimulo.
En esa circunstancia fue que me di cuenta de que había muchos más hombres que mujeres en las calles, me recordó a El Valle, pueblito pequeño de la costa pacífica colombiana, zona afro también, donde las mujeres pasaban en su mayoría encerradas en sus casas, ocupando los hombres el espacio público. Yo ese día no era capaz de soportar ni una de esas miradas, mucho menos algún comentario u observación sobre mi cuerpo, necesitaba estar sola y ponerme fuerte. Me dediqué ese día a tocar la guitarra en la habitación, leer cubierta por la agradable brisa del ventilador y cocinarme y comer.
Estaba en una paradisíaca isla del Caribe nicaragüense, a escasos metros de uno de los mares más tibios, turquesas, calmos y limpios de Latinoamérica, pero tenía miedo…
A los pocos días me atreví a salir y volver a la playa, ya abandonando mi proyecto de relacionarme con la gente local para poder conocer su cultura.
Una mañana fui a uno de los puertos a buscar información sobre una lancha que salía ciertos días hacia la otra isla, la Little Corn Island, y allí conocí a Cato y Merco, dos noruegos muy buena onda con los que me quedé ese día. Compartimos la jornada en la playa. Uno de ellos, Merco, hablaba español cordobés porque había estado viviendo en Córdoba, y recuerdo que Cato me enseñó ese día una técnica de respiración para meditar y relajarme, ya que les había contado lo ocurrido hacia dos días, y que aun andaba un poco nerviosa.
Esa tarde tomamos lxs tres la lancha hacia Little Corn Island, el viaje estremecedor duró aproximadamente una hora. Estaba llena de gente y todxs nos mojábamos mucho, el mar estaba embravecido. Mi guitarra se mojó tanto que el cancionero quedó empapado.
Al llegar al pequeño muelle de la isla más pequeña, pudimos ver muchísima gente que estaba allí esperando a sus seres queridos. Nos separamos con los noruegos, ellos se fueron hacia su hospedaje y yo al mío.
En los días pasados en la Little Corn Island se fue disipando mi miedo.

La pequeña Isla de Maiz tiene una superficie muchísimo más pequeña que la grande, y no existen los automóviles, porque directamente no hay calles. Solamente existen senderos de cemento que comunican las casas y negocios para movilizarse caminando, o en bicicleta. Al interior de la isla los senderos se internan en la selva y son de tierra, pasando por entre medio de los bosques. Había mucho más turismo e infraestructura en la isla pequeña que en la grande, desde hostels económicos, hasta algunos hoteles de mayor categoría y cabañas y departamentos ubicados en exuberantes paisajes. El turismo que visitaba las islas era exclusivamente internacional, en especial europeo.
Otra de las diferencias era que en la pequeña Corn Island no había tantas playas como en la grande, de hecho casi no había, ya que se juntaban el mar con la selva. Por eso mismo es que se practica mucho el snorkel, ya que abundan los arrecifes de corales y los animales marinos cerca de la costa.
Es notable la influencia del protestantismo en la isla, ya que está colmada de iglesias evangélicas. Vi varias de ellas, muchas, considerando que en la pequeña isla viven poco mas de mil personas. Todas las tardes podía ver a las familias, sobre todo a las mujeres, arregladas, peinadas y perfumadas, entrando a los edificios de las iglesias protestantes de varias congregaciones distintas, y desde afuera podían escucharse los cantos de sus voces negras.

Es interesante la mixtura de lenguajes en las islas Corn Island. Sus habitantes, al igual que todo el Caribe en general, hablan en inglés. Un tipo único que se llama inglés criollo, o inglés creole. Es una mezcla entre el inglés británico y el idioma miskito, una de las culturas originarias de las islas. También se habla español como segunda lengua, y, al ser parte del Estado nicaragüense el español es el idioma oficial y el que se usa en las escuelas. Y además se habla también la lengua miskita, que es la segunda más usada oralmente después del inglés.
No era tan fácil para mí comunicarme en inglés con las personas, ya que hablan con un acento raro y a veces no entendía lo que me decían, aunque ellas a mi si me comprendían. Es así que usaba alternativamente el español, aunque ellas en general preferían hablar en inglés y me lo pedían.
De a poco comencé a hacer algunos amigos de la isla, todos varones, ya que las mujeres, las chicas, no se relacionaban con nadie, estaban la mayor parte del tiempo en las casas o en la iglesia.
Los jóvenes de la isla pasaban bastante tiempo fumando marihuana, que abunda. En ese sentido se cumplía el estereotipo de la isla caribeña estilo Jamaica.
Incluso era de ahí que provenían la mayoría de las flores que se fumaban. Es así que nunca faltaba quien se armara un cigarro bastante grande de flores para que ruede en la ronda.
Una de esas tardes nos juntamos bajo la sombra de un árbol en la playa, sentadxs entre las ramas gigantes. Me narraron muchas historias y yo les preguntaba y preguntaba para que me cuenten.
Me contaban que se conocían desde chiquitos, que habían crecido juntos jugando entre los árboles, en una infancia muy feliz inmersa en la naturaleza.

Muchas de las historias de su vida adolescente y adulta tenían que ver con el tráfico de drogas.
Uno de ellos relató una historia sobre su hermano. Resulta que lo habían “contratado” para ir a buscar un cargamento de marihuana a Jamaica y llevarlo a Corn Island. El chico aceptó y se aventuró solo en una lancha (si, en una lancha), cargada con bidones de combustible para recargar el tanque. Le llevó tres días completos atravesar el mar Caribe para llegar a Jamaica, que queda a mas de novecientos kilómetros de Corn Island. Las manos le habían quedado lastimadas y llenas de callos por estar timoneando constantemente la pequeña embarcación.
Tras la odisea, en Jamaica realizó el cargamento de la mercadería, y apenas arrancó de vuelta a Corn Island, a los pocos kilómetros, lo interceptó una embarcación de la gendarmería jamaiquina. Por ese delito estuvo algunos meses preso en la isla de Jamaica.
Lo más impresionante de la historia, y por lo que todos los chicos se admiraban, fue la imposible aventura de tremendo viaje en una lanchita, todos los presentes aseguraban que nunca harían algo semejante, yo los escuchaba divertida.
Esa tarde los chicos me relataron también historias de piratas y tesoros enterrados.
Me contaban que entre lxs habitantes de Corn Island se creía firmemente en que en las dos islas, pero sobre todo en la pequeña, existían innumerables tesoros enterrados, que habían sido escondidos allí por piratas ingleses y franceses en épocas remotas. Era posible encontrar esos tesoros. Estos estaban custodiados por espíritus que se le aparecían a la gente en sueños, indicándoles día, hora y lugar preciso donde ir a buscarlos. A cambio de la información sobre el tesoro, la persona que había recibido el sueño debía hacer una ofrenda de sangre.
Relataban que varias personas en la isla habían tenido esos sueños, las nombraban. Les pregunté si alguien había encontrado efectivamente algún tesoro y me afirmaban que sí, pero no tenían ejemplos para darme.

También me hablaron sobre historias de sirenas. Varios de ellos eran pescadores, por lo que su relación con el mar era más que estrecha, y acostumbraban a pasar días enteros en algún barco en medio del mar. Aseguraban haber escuchado y visto sirenas, me decían que el canto de las sirenas era hipnótico, muy hermoso, y solía volver loco al hombre que lo escuchaba. Me decían incluso que a veces los hombres se tiraban al mar, en un estado de inconsciencia provocado por la belleza de esos cantos. Les pregunté si esas sirenas tenían cola de pez y torso de mujer, como popularmente sabemos, y me aseguraron que sí, que las habían visto, y que eran realmente bellas. ¿Cómo no creerles? Ellos las habían visto, claro que les creí.

Hubo algo que me sorprendió de la isla…pasé un fin de semana allí y esperaba encontrar fiesta, ya que me encanta bailar. Tenía la idea de que el Caribe era una zona donde la gente amaba la fiesta, bailar y tomar. El viernes me bañé, me cambié y salí a recorrer las callecitas buscando seguir el sonido de alguna música que me llevara a alguna fiesta. Pero eran las nueve de la noche y ya todo el mundo estaba en sus casas, posiblemente durmiendo incluso, porque la mayoría de las luces estaban apagadas. Con desilusión volví al alojamiento.
Al día siguiente, me encontré con mis amigos y les pregunté ¡Qué pasaba en el Caribe que no había fiesta un viernes! Prometimos salir esa noche y así lo hicimos, pero tengo que confesar que la fiesta no era ni remotamente lo que yo esperaba. Había algunos bares, extranjerxs sentadxs tomando, pero todo realmente muy tranquilo. Circulaba droga de todo tipo, pero lo que yo llamo fiesta, no había. Solo europexs y yanquis deambulando alcoholizadxs por las callecitas. Supongo que esta falta de juerga en una isla caribeña turística se debía a la merma generalizada de turismo en Nicaragua, que había bajado los niveles de visitantes a números irrisorios. Y calculo que la alta presencia de Iglesias evangélicas también ponían su cuota de recato, pero son solo suposiciones.
A los chicos noruegos volví a verlos en varias ocasiones. Para poder visitarlos en el lugar donde se estaban hospedando había que cruzar toda la isla por senderos en medio de la selva, era un camino a través del cual podían verse infinidad de plantas diferentes. Uno de los días en que estábamos caminando lxs tres por ese sendero, me sentí admirada por la dedicación con que limpiaban el camino. Había cada tanto basura tirada, botellas y envases plásticos, y ellos iban con una bolsa recogiendo todo lo que encontraban. Los dos estaban muy fascinados con el lugar donde estábamos, venían del invierno escandinavo, así que ese clima y entorno paradisíaco los tenía embelesados. Pasaban sus días tranquilos, acostados en sus hamacas paraguayas, respirando el oxígeno denso por la abundancia de plantas y también practicando snorkel.
La abundancia de drogas que había en la isla pude comprobarla también una tarde en que íbamos transitando con Cato y Merco por uno de los senderos. Había dos hombres mayores muy contentos en medio de la callecita tomando merca (cocaína). La tenían en una bolsa y se les caía un poco del polvo blanco en el piso…al pasar nosotrxs a su lado, nos saludaron con mucha alegría invitándonos a tomar con ellos.
Esa fue la última vez que vi a los noruegos, luego de rechazar la propuesta que nos habían hecho, seguimos camino por sendero unos cientos de metros más y nos separamos al frente de mi alojamiento. Nos saludamos pensando que volveríamos a vernos, pero la verdad es que eso no ocurrió, y la despedida fue a través de mensajes de texto. Me quedaron los mejores recuerdos de esos chicos de las tierras escandinavas.
La última noche en Corn Island fue ese sábado en que salimos. En uno de los bares donde nos sentamos, recuerdo que llegó una chica extranjera bastante alterada, contando que en el fondo de su casa había aparecido un hombre muerto esa mañana. Ella estaba viviendo en la isla y ese episodio la había impresionado demasiado.
Al día siguiente a la mañana, salía la lancha rumbo a Great Corn Island, de donde partiría más tarde el ferry hacia Bluefields.
En el ferry el viaje fue muy relajado, esta vez volví sin Hubert, y me ubiqué en la parte de arriba de la embarcación, la vista era hermosa.

Luego de varias horas llegamos a la ciudad de Bluefields, y al poco tiempo arrancaba el bus hacia Managua. Recuerdo que en el bus iba con hambre, no había alcanzado a comprar comida porque cuando yo llegué ya se había acabado en el único puesto de comida cercano. Es así que varias personas me convidaron comida al saber mi situación, demostrando una vez más la amabilidad de lxs nicas.
Fue un viaje que duró toda la tarde en un asiento no muy cómodo. Al llegar de nuevo al Mercado de Mayoreo en Managua ya era tarde, pasada la medianoche, fue así que tuve que pasar la noche en la salita de espera, acompañada de un joven con sus dos hijos. Me armé la camita sobre un asiento y así dormí algunas horas, hasta la madrugada.
Fui a desayunar al mercado, rodeada de esos vahos característicos. Se mezclaban el olor a combustible de los camiones, el del agua encharcada y sucia, el de la basura que había en algunos rincones, con los aromas del café, de las tortillas, y las frutas. Tomé mi desayuno comprado en uno de los puestos, rodeada de la gente del mercado, que a esa hora, eran casi exclusivamente trabajadorxs.
Cerca de allí tomé finalmente otro bus que me llevaba directo a Granada, quería ir por segunda vez a visitar de nuevo a la gente que había conocido, además de que había quedado encantada con la ciudad y me quedaba de paso hacia la isla de Ometepe, el siguiente lugar al que planeaba ir.
Esas fueron mis andanzas por Corn Island, tierra de piratas y sirenas.
- Couchsurfing es una red social de viajerxs, por la cual, entre otras cosas, se ofrece y solicita hospedaje en las casas particulares, a fines de realizar un intercambio cultural o de hospitalidad viajera. ↩︎
- En Abril de 2018, el gobierno de Daniel Ortega (Frente Sandinista) anunció que por decreto, y por orden del Fondo Monetario Internacional, el gobierno realizaba una reforma previsional que establecía un recorte del 5% en las pensiones y un aumento de los aportes previsionales por parte del sector trabajador. Este anuncio desató una ola de protestas, encabezadas por sectores universitarios, que fueron duramente reprimidas y generó un conflicto político y social complejo y muy violento, en el cual las fuerzas de diferentes sectores políticos fueron generando un clima enrarecido. En este conflicto, que se extendió durante meses, afectando la economía y la paz social de Nicaragua, fueron asesinadas y también desaparecidas cientos de personas y hubo miles de heridos. ↩︎
Navegando por Internet encontré este artículo, lo leí y me sumergí en la historia, es increíble escuchar la perspectivas que se tienen de mi Nicaragua, lamento mucho que hayas pasado un momento de miedo pero que te hayas animado a disfrutar de este país, un saludo.